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por Jorge Muñoz Castro, Artista de Circo, Gestor Cultural, Director de La Pala – Espacio Cultural.

El circo chileno es una expresión cultural única que ha logrado evolucionar y perdurar a lo largo de los siglos, reflejando la riqueza y diversidad de la sociedad chilena. Sus orígenes se remontan al siglo XIX, cuando los primeros artistas comenzaron a presentar espectáculos de acrobacias, malabarismos y volatines en plazas y espacios públicos. Durante este tiempo, el circo se alimentó de las influencias europeas que llegaban al país, especialmente a través del puerto de Valparaíso, convirtiéndose en un crisol de tradiciones y estilos que dieron forma a la identidad circense chilena.

En la fotografía: Tony Chicharra y Tony Caluga.

El puerto de Valparaíso, conocido por ser una de las principales puertas de entrada a Chile, fue fundamental para la llegada de compañías circenses extranjeras. En 1827, el Circo Ecuestre Bogardus, de origen inglés, causó sensación en la sociedad de Valparaíso con su espectáculo. Esta compañía introdujo el concepto de exhibir animales exóticos en Chile, una práctica que se mantuvo por décadas y que llegaría a formar parte de la tradición circense nacional. La llegada de circos europeos como el de Bogardus modernizó la actividad circense en el país, trayendo nuevas tendencias y formas de entretenimiento que fueron adoptadas y adaptadas por los artistas locales.

A medida que avanzaba el siglo XIX, el circo chileno comenzó a adquirir características propias, incorporando elementos de la cultura local. Los espectáculos se dividían en dos partes: la primera consistía en acrobacias, malabares y actuaciones de payasos, mientras que la segunda parte estaba dedicada a presentaciones folclóricas con música, baile y escenas teatrales. Esta estructura, conocida como «segundos actos», se convirtió en una tradición que perduró hasta bien entrado el siglo XX. Estos actos incluían la zamacueca y la paya, expresiones musicales y de danza de raíz tradicional, lo que permitió que el circo chileno se convirtiera en un vehículo para la difusión y preservación de la cultura nacional.

El circo no solo fue un espacio de entretenimiento, sino también un lugar de inclusión y refugio. Desde los inicios de la República, el circo fue un oficio familiar que acogía a personas marginadas de la sociedad. Funcionaba como un orfanato de facto para los niños huérfanos y como refugio para delincuentes reformados y ex convictos. Cualquier persona con una habilidad artística encontraba en el circo un hogar y una forma de vida. Las familias circenses vivían, trabajaban y viajaban juntas, transmitiendo sus conocimientos y tradiciones de generación en generación. Esta comunidad itinerante se caracterizaba por su autonomía, independencia e improvisación, valores que se reflejaban en cada actuación y que han sido esenciales para la supervivencia del circo chileno a lo largo del tiempo.

Uno de los elementos más distintivos del circo chileno ha sido la figura del payaso. A diferencia de los payasos europeos, el payaso chileno se caracterizaba por su interacción directa con el público y su capacidad para hacer crítica social desde una perspectiva humorística. Actuando como maestros de ceremonia, los payasos guiaban el espectáculo, aportando un sentido de cohesión y entretenimiento a las funciones. Al igual que los bufones de la corte, gozaban de una «inmunidad» para ser incisivos y disruptivos, utilizando el humor para abordar temas sociales y políticos de la época. Esta actitud crítica y satírica se convirtió en una de las características principales del circo chileno, destacando la capacidad del circo para ser un espacio de reflexión y crítica social, además de entretenimiento.

Fotografía de la carpa del Circo Munich en uno de los cerros de Valparaíso, realizada por Antonio Quintana, disponible en la colección de la Biblioteca Nacional de Chile.1

Hacia 1870, el circo en Chile adoptó la forma que conocemos hoy en día: una pista circular dentro de una carpa, musicalizada por bandas con instrumentos de bronce, bombo y platillo. La llegada del circo italiano Chiarini en 1869 marcó un punto de inflexión, al introducir el uso de la carpa para las presentaciones. Hasta entonces, los circos se habían presentado en estructuras fijas o al aire libre. La incorporación de la carpa permitió que los circos fueran más independientes y móviles, facilitando su expansión a lo largo de todo el país. Esto hizo posible que el circo chileno llegara a las zonas rurales y más remotas, donde se convirtió en un evento cultural esperado y apreciado por las comunidades locales.

Durante el siglo XX, el circo chileno siguió evolucionando y consolidándose como una tradición cultural. A pesar de los cambios sociales y tecnológicos, como la llegada de la radio, el cine y la televisión, el circo mantuvo su relevancia y popularidad. Las autoridades municipales de Santiago llegaron a financiar espectáculos circenses como una forma de promover diversiones moralizantes y educativas para el pueblo. En 1892, se reconoce oficialmente la importancia del circo como una forma de entretenimiento y educación popular, destacando su capacidad para transmitir valores y tradiciones a las nuevas generaciones. Este reconocimiento ayudó a consolidar al circo como una parte vital de la cultura chilena, contribuyendo a su sostenimiento y evolución.

Las familias circenses jugaron un papel crucial en la preservación y transmisión de las tradiciones circenses en Chile. Muchas de estas familias pueden rastrear su linaje a varias generaciones de artistas, quienes han dedicado sus vidas al circo, transmitiendo su conocimiento y pasión a través de los años. Estas dinastías circenses, como los Tachuela, los Maluenda, los González y los Cárdenas, entre muchas otras, se convirtieron en el corazón del circo chileno, manteniendo viva la esencia de este arte y asegurando su continuidad. A través de su esfuerzo y dedicación, el circo chileno ha logrado adaptarse a las nuevas tendencias y desafíos, integrando elementos modernos sin perder su esencia tradicional.

El Tony Caluga vive (1993). Autor: Inés Paulino. Imagen obtenida de Memoria Chilena, Colección de la Biblioteca Nacional de Chile. Uso sujeto a la 2ley de propiedad intelectual.

Hoy en día, el circo chileno continúa siendo un espacio de resistencia y renovación artística. Su importancia cultural fue oficialmente reconocida en 2007 con la promulgación de la Ley N° 20.216, que protege y fomenta la actividad circense nacional, reconociéndolo como una manifestación tradicional de la cultura chilena. Además, en 2017 se estableció el Día Nacional del Circo, celebrándose el primer sábado de septiembre, como una forma de valorar la riqueza y la tradición del circo en Chile. Cada septiembre, coincidiendo con las Fiestas Patrias, los circos levantan sus carpas en diferentes partes del país, presentando nuevas rutinas y llevando su espectáculo a las comunidades.

El circo chileno es más que un simple espectáculo; es una forma de vida y una expresión artística que ha sabido conservar su espíritu de comunidad, autonomía y creatividad a lo largo de los años. Desde sus inicios hasta la actualidad, el circo ha sido un reflejo de la sociedad chilena, mostrando cómo el arte puede ser un espacio de inclusión, crítica y entretenimiento. Su capacidad para adaptarse y evolucionar, sin perder su esencia, es lo que ha permitido que el circo siga siendo una parte vital de la cultura chilena, uniendo a las personas y transmitiendo valores como la solidaridad, la perseverancia y la imaginación.







  1. Quintana, A. (1905-1972). Carpa del Circo Munich en uno de los cerros de Valparaíso. [Fotografía]. Colección Biblioteca Nacional de Chile. Disponible en Memoria Chilena. Códigos BN: MC0054413. N° sistema: 796531. ↩︎
  2. Paulino, I. (1993). El Tony Caluga vive. [Lámina]. Colección Biblioteca Nacional de Chile. Disponible en Memoria Chilena. Códigos BN: MC0038925. N° sistema: 00040. (Uso sujeto a autorización según la ley de propiedad intelectual). ↩︎

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